Maria Rodés viaja por todas las fases del amor en su nuevo disco

Hay discos que parecen escritos con dos manos distintas, como si una temblara y la otra ardiera. El nuevo trabajo de Maria Rodés nace justo ahí, en el cruce de dos corrientes que se atraen y se desafían: una oscuridad íntima que respira muy hondo y una libertad creativa que se despliega sin pedir permiso.

En el corazón del álbum late una obsesión amorosa que no se conforma con ser emoción: es rito, es desvelo, es un pulso que confunde la devoción con la condena. Rodés se adentra en esta zona de sombra acompañada por la figura real de Lidia de Cadaqués, hija de una bruja y atrapada por la erotomanía, para levantar un relato donde el amor se convierte en un espejo que no siempre devuelve la imagen esperada.

A la par, la música se abre como un abanico interminable. Maria se mueve entre géneros como quien recorre habitaciones de una misma casa: la electrónica roza la piel del folk, la rumba se enciende junto al flamenco, el reguetón y la bachata se deslizan sin complejos, y el synthpop o la bossa nova se convierten en territorios propios. Nada chirría, porque nada está impostado; es un viaje sonoro guiado por la intuición y el deseo.

Este choque —la herida y la celebración, la duda y la revelación— da forma a un álbum que se sostiene en su propia vulnerabilidad. Rodés convierte lo frágil en brújula y lo convierte también en paisaje. Para ello, convoca un coro de talentos que enriquecen cada pliegue: la guitarra de Isabelle Laudenbach, el chelo de Marta Roma, las programaciones de ZABALA, los sintetizadores de BRONQUIO y Simon Smith, y un haz de voces invitadas que parecen abrir puertas y ventanas a lo largo del disco.

Porque las voces aquí no acompañan: aparecen, irrumpen, iluminan. Delafé, Paco Pecado, La Bien Querida, BRONQUIO, Albert Cases, Soleá Morente, Laaza, La Tremendita, Idoipe y Nieves Lázaro tejen un coro plural bajo la producción de Joel Condal, como si cada uno trajera un color distinto a un mural que crece canción a canción.

El resultado es un disco que no busca complacer: busca revelar. Un trabajo que respira, vibra y se desborda, y que confirma a Maria Rodés como una de las creadoras más inquietas y luminosas del presente.

 

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